La vida está llena de numerosos obstáculos, falsos espejismos y grandes desafíos. Pero, también está imbuida de inolvidables momentos, maravillosas personas e incontables razones para seguir adelante. Dios te prepara para librar tus batallas. No somos elegidos al azar, Dios nos va formando, nos prepara para asumir con éxito las oportunidades y los obstáculos.
A los 11 años comenzaba mi labor como emprendedor, frente al negocio de mi padre vendía golosinas que luego franquiciamos con diferentes amigos. Recuerdo que una oportunidad entré a la tienda de papá y le pedí dinero para comprar golosinas, a lo que él respondió con una pregunta: -¿Pero si tú tienes tu propio negocio hijo? Y yo respondí: -Sí pero es mi negocio, y soy un niño, tu tienes aún la obligación de mantenerme.
Aquella escena terminó en risas, que retrató un amigo presente, periodista de un diario regional a través de una reseña periodística publicada por un diario local. Cuatro años después me tocaría despedir al hombre que fue mi ejemplo y al que llenó de orgullo aquella iniciativa, mi padre. Tres años más tarde mi madre decidiría ir en su compañía. Son parte de las contradicciones de la vida. A temprana edad afrontaba entonces el reto mayor: recién salía de la adolescencia, apenas saludaba la mayoría de edad y al mismo tiempo despedía a mis seres más amados: mis padres.
El mundo se me derrumbó en un segundo y sin avisar, con ellos se fue también mi sueño universitario. ¡Desorientado y abatido! ¿De qué otra forma podría sentirme? Pensé que la vida en forma acelerada llegaba a su fin, cuando semanas atrás creí que recién la iniciaba plenamente.
Esa perdida dolorosa, tan dolorosa que aún hoy no logro superarla, me permitió forjar un carácter diferente, madurar, reflexionar y encontrarme a mí mismo. Tomé el control de mis decisiones y frente a la opción de fracasar decidí honrar sus enseñanzas. Mi padre fue un hombre de gran carácter, honesto a carta cabal, caballero y buen amigo, trabajador inagotable; mi madre una hermosa mujer dotada de una dulzura sólo comparable con la suave miel de las abejas, de una sensibilidad admirable, preocupada no solo por el bienestar de su familia, sino de todo aquel que estuviera cerca de ella, ese don de gente tan ausente hoy en un mundo colmado de egoísmo.
Fue ese ejemplo imborrable el que me ayudó a emprender, a trabajar, a caer y levantarme. A sentir empatía y amor por mis semejantes y a reafirmar mi fe en Dios, a desarrollar una particular espiritualidad que me llena de paz y estabilidad emocional.
Siempre habrá un desafío al frente. De nosotros depende cuál será el resultado. Podemos darnos por derrotados o podemos ser creadores de nuestras propias victorias. La felicidad no es un estado, es una decisión. Tenemos que aprender a decidir ser felices, valorando cada instante, aprendiendo de cada momento, de cada persona, entendiendo que cada caída es una enseñanza, puede ser un punto y aparte o un punto y seguido, pero nunca un punto y final.
Churchill llegó a afirmar con acierto que «el éxito no es definitivo, el fracaso no es fatal; lo que cuenta es el valor para continuar «. El aprendizaje es un complejo proceso de aciertos y desaciertos, después de todo la peor decisión es aquella que no se toma. No podemos medir nuestros éxitos con base en la ausencia de fracasos. Debemos medirlos, por el contrario, a pesar de la cantidad de fracasos que hayamos tenido que recorrer hasta alcanzarlo. La tarea es una sola: levantarse siempre, continuar adelante y dar gracias a Dios.
No podemos decaer bajo ninguna circunstancia, debemos ser mejores, debemos asumir nuestra mejor actitud, transmitir energía positiva para traer energía aún más positiva a nuestras vidas, no hay nada lo suficientemente grande para justificar nuestra inacción. El mayor obstáculo a superar siempre seremos nosotros mismos, no hay más, el resto son cómodas excusas para auto justificar. Si quieres ser exitoso en la vida, si quieres triunfar, si quieres ser feliz, la tarea es una y no otra: sigue adelante, adelante, adelante.
Conviene tomar por cierto el consejo del poeta Horacio: “Vive el día de hoy. Captúralo./ No te fíes del incierto mañana”. Después de todo ¡El cielo es el límite!
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