Caminar por los senderos de Jesús es adentrarse en un viaje que trasciende el tiempo, un viaje que atraviesa no solo los paisajes polvorientos de Galilea, sino también los recovecos más profundos del alma humana. Jesús no caminó simplemente sobre la tierra; Él trazó un camino espiritual que ha servido de guía a millones, un camino marcado por el amor, la compasión y el sacrificio.
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En cada paso que dio, desde las colinas de Nazaret hasta las calles de Jerusalén, Jesús nos dejó huellas de bondad. Sus palabras resonaban como una melodía suave pero firme, una canción de esperanza para los marginados y oprimidos. Su mirada se posaba sobre los olvidados del mundo, los invisibles, aquellos que habían sido relegados a la periferia de la sociedad. Y con cada encuentro, con cada gesto, nos mostró que el amor de Dios no tiene fronteras ni límites, que es un amor que lo abarca todo y que se ofrece incondicionalmente.
Pero el camino de Jesús también estuvo marcado por la incomprensión y el rechazo. No todos pudieron entender la grandeza de su mensaje, y no pocos lo vieron como una amenaza al orden establecido. Su insistencia en la verdad, su desafío a las estructuras de poder y su constante llamada a la justicia social fueron vistas como un peligro. Y así, el camino de Jesús se convirtió en un sendero de sufrimiento, que culminó en el Calvario.
El Calvario, una colina rocosa fuera de los muros de Jerusalén, donde la historia humana alcanzó su clímax. Allí, en la cruz, Jesús reveló el rostro más sublime del amor: el amor que se entrega sin reservas, que se da hasta la última gota. En esa cruz, el dolor y la esperanza se entrelazaron en un misterio que desafía nuestra comprensión, pero que al mismo tiempo nos invita a una transformación radical.
Sin embargo, el camino de Jesús no terminó en la oscuridad de una tumba. Su resurrección es la promesa de que, más allá del sufrimiento y la muerte, hay vida. Es la luz que nos guía en nuestros propios caminos, una luz que nos recuerda que, aunque el sendero a veces sea arduo y esté lleno de pruebas, nunca caminamos solos.
Seguir los caminos de Jesús hoy es un desafío. Es una invitación a vivir con autenticidad, a abrazar el sufrimiento de los demás como si fuera el propio, y a luchar por un mundo más justo y compasivo. Es una llamada a ser, como Él, sembradores de paz y constructores de puentes, en un mundo que tantas veces opta por la división y el odio.
En última instancia, caminar con Jesús es entrar en el misterio del amor que lo da todo, que no se reserva nada, y que encuentra su plenitud en el servicio a los demás. Y es en este caminar, con los ojos puestos en Él, donde descubrimos que los caminos de Jesús no solo nos llevan a la cruz, sino también a la victoria sobre la muerte, a la vida eterna, y a una paz que trasciende todo entendimiento.
En estos caminos, los pasos de Jesús resuenan todavía hoy, guiándonos, inspirándonos, y llamándonos a ser luz en la oscuridad. Porque, al final, caminar con Jesús es aprender a amar como Él amó, a servir como Él sirvió, y a vivir como Él vivió.
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