Con “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»de las últimas palabras de Jesús en la cruz, según cita bíblica del libro de los Salmos (22:1), inició su homilía llevándonos de una vez al dolor del Viernes Santo saltándose la alegría de la entrada triunfal a Jerusalén. Con el esperado Mesías aclamado por la multitud que lo recibió con ramas de palma y lo llamó rey y/o la humildad y disposición al sacrificio que marcó la Última Cena, el Jueves Santo, compartiendo el pan y el vino con sus discípulos, diciéndoles que Él era su cuerpo y su sangre y que sería entregado por ellos.
Precisó Su Santidad que “El verbo abandonar en la Biblia es fuerte; aparece en momentos de extremo dolor: en amores fracasados, negados y traicionados; en hijos rechazados y abortados; en situaciones de repudio, viudez y orfandad; en matrimonios agotados, en exclusiones que privan de vínculos sociales, en la opresión de la injusticia y la soledad de la enfermedad”
Y agrega más adelante que el abandono de Jesús en la cruz se multiplica hoy con infinidad de abandonados: “Hay pueblos enteros explotados y abandonados a su suerte; hay pobres que viven en los cruces de nuestras calles, con quienes no nos atrevemos a cruzar la mirada; emigrantes que ya no son rostros sino números; presos rechazados, personas catalogadas como problemas. Pero también hay tantos cristos abandonados invisibles, escondidos, que son descartados con guante blanco: niños no nacidos, ancianos que han sido dejados solos, enfermos no visitados, discapacitados ignorados, jóvenes que sienten un gran vacío interior sin que nadie escuche realmente su grito de dolor”.
“Jesús abandonado -proclama el Papa- nos pide que tengamos ojos y corazón para los abandonados”.
Ojos y corazón por los abandonados que en nuestra Venezuela muchos lo son, mas los que se han marchado.
Porque abandonados murieron, en un suplicio tan terrible como la cruz, una decena de muchachos calcinados horas atrás en la frontera mexicana-estadounidense, a pocos pasos de alcanzar el “sueño americano”. Abandonadas lo fueron las jóvenes violadas en la selva de Darién. Las familias dejadas en un islote frente a la Isla de San Andrés. Aquellos cuyos cuerpos quedaron en el páramo de Pisba o en el desierto de Atacama. Y abandonados se encuentran los jubilados y pensionados que sobreviven con una limosna o los millones de trabajadores y trabajadoras que devengan un salario de miseria. Porque abandonados están los centenares de miles que no comen completo y los que enferman sin oportunidad de ser tratados adecuadamente.
Son demasiados los venezolanos y las venezolanas en abandono.
Si nuestra fe es verdadera, entendamos entonces que en palabras de Francisco, el pasado domingo, “Jesús abandonado nos pide que tengamos ojos y corazón para los abandonados”.
Verdaderos “discípulos del Abandonado” nos convertiremos si nos empeñamos en que no haya niños, ni niñas, ni hombres ni mujeres, nacidos en esta tierra de gracia marcados por el sino del abandono.
Roguemos a Dios, entonces, que nos permita amarle, amando a cada connacional abandonado y entregando el alma porque no lo sea más.
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